La pizza llegó al país con los inmigrantes.

En 1922, Salvador Pontecorvo, un joven napolitano radicado en el país, ingresó en la historia argentina sin proponérselo. Quería sólo agregar unos pesos extra a sus ingresos como motorman de tranvía y decidió retomar las actividades que realizaban sus mayores en su Nápoles natal. Empezó a elaborar precariamente una masa con ricotta y mozzarella que vendía entre sus paisanos napolitanos afincados en La Boca.

El éxito de ese emprendimiento fue tan arrollador que otros compatriotas suyos, como Antonio Mastellone, José Pontecorvo y Salvador De Maio lo imitaron y empezaron a instalar pequeños locales para vender el novedoso plato. Los porteños lo asimilaron en su dieta casi de inmediato. Y para los años treinta la ciudad comenzó a poblarse de grandes locales céntricos especializados en pizza. Siempre acompañada por cerveza o por un buen vaso de moscato. Después apareció la fainá.

Primero fueron los locales de parado y luego, con la incorporación de la colectividad española a la actividad, se popularizaron las pizzerías como una variante del restaurante.

-Fuente: La Nación


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